sábado, 2 de enero de 2010

Volviéndonos uno.

Cuando al fin pude descifrar lo que decían tus ojos, tus manos grandes me tomaron por la cintura elevándome al cielo con un suspiro.
Las últimas gotas de lluvia se colaban por la ventana, empujadas por un viento frío que no podía ya templar nuestros impulsos.
La noche caía sobre las sábanas blancas, y sobre ellas tu figura.
De tus cándidos labios brotaron cuatro palabras que me incitaron a unirme a una especie de juego en el cual no habrían perdedores. Sin embargo, como en uno, quise destacarme en todos los aspectos. Pero, vos fuiste paciente y reteniéndome a tu lado domaste a la mujer salvaje que había en mí.
Un beso tuyo y diferentes espasmos se deslizaron suavemente por mi piel.
Mis cabellos volaban al son de una música sin melodía.
La luna, con luz prestada, descansó sobre mi cintura.
Mi corazón, que había latido brutalmente durante unos segundos placenteros y fugaces, se calmó al ritmo de tus caricias sobre mis caderas.
Un gesto de felicidad invadió tu rostro y en él tracé mis dedos con partículas de sudor. Cuando creí que todo había terminado me percate de que todo recién comenzaba y volví a sentirme completa con vos.

Hoy recuerdo esos momentos como si fueran parte de una fantasía delicadamente sensual. Por eso, haciéndome dueña de aquellas cuatro palabras te pregunto: ¿Querés volverte uno conmigo?